¿Qué nos tomamos? ¿Una pinta o una caña?

 En muchas áreas científicas es tradicional y recomendable que al acabar el doctorado se realice un largo periodo de mayor especialización en el tema que uno está derrochando su juventud de forma voluntaria. En mi caso era y sigue siendo la Relatividad General y sus aplicaciones en Cosmología. Muchas horas delante de la pantalla, y en mi caso tirando de lápiz, solo tenían la recompensa de una buena London ale después de seminario de los miércoles por la tarde.

 
Y aquí surgía el primer choque cultural, nada de cañas, allí van a pintas, y una pinta del East End londinense son 8/5 de caña de las de Bilbao. Esto se deduce de un cálculo simplote realizado tras una veloz confirmación de volúmenes en el insigne pozo del saber que es forocoches. Vamos que, los hijos de la pérfida Albión (sinónimo de Inglaterra) juegan fuerte, y antes de meterse una caña al buche conviene estar advertida de la cuestión para no quedar de blanda. Es decir, que cuando te inviten a ir al pub prepárate, porque trasiegan en cantidades medievales dignas de Juego de Tronos.


Las unidades no solo son un bello nexo entre las matemáticas y la física, sino que también dicen mucho de los países, de su cultura, de su historia, de geopolítica universal. De hecho es una historia apasionante, en la que no nos vamos a adentrar ahora porque no procede. No, desde luego que no es lo mismo una pinta que una caña. Y tampoco sería lo mismo que de repente en alguna universidad de algún país de, yo que sé, ¿el eje del mal? alguien decidiera usar una unidad inusual para cuantificar la capacidad de las membranas celulares (que pueden asimilarse a condensadores). Aquel concepto del eje del mal fue acuñado por el infame George W. Bush, incluyendo en un concepto inspirado en la II Guerra Mundial a Corea del Norte, Irak e Irán. Seguro que el ex presidente dice ahora aquello de “detrás de mi vendrá quien bueno me hará.

Pues en el mismo modo en que en EEUU no se usan casi nunca las unidades del sistema internacional no veo por qué algún dictador en su delirio no pudiera obligar a adoptar un sistema propio.

¿Os imagináis que en ese país se decidiera no honrar al insigne Faraday, sino a otro que se lo merece menos, y tuviéramos que acabar diciendo que su orden de magnitud es de milésimas de kim-jon-unios por cm² en vez de centésimas de faradios por m²?

La misma pedrada mental nos podría llevar a empeñarnos en no usar el sistema internacional de unidades para cuantificar la aceleración de la gravedad. De hecho, a fuerza de dar la murga ya tenemos a los americanos casi absolutamente convencidos de usar el sistema internacional, así que si algún profesor de geofísica (al que aprecio a ratos) os pone el enunciado de un problema usando la unidad gal del sistema cegesimal podéis decirle de mi parte que se actualice y empiece a usar las unidades que debe. Bueno, igual mejor que cuando esto pase, que pasará, os limitéis a sonreir y acordaos de este comentario dicho con toda la mala leche de la que soy capaz.

 

 

 

La foto es de Jan Baborák, extraída de Unsplash, y el artículo apareció por primera vez como ¿Qué nos tomamos? ¿Una pinta o una caña?

 


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